No había mejor manera que despedir San Mamés que con una goleada ante un eterno rival que acabó humillado y rendido ante la superioridad técnica y futbolística guipuzcoana en una segunda mitad magestuosa. Porque en la primera hubo que apretar los dientes para llegar vivo al descanso, pero a partir de ahí sólo hubo un equipo sobre el césped del viejo campo bilbaíno: la Real. Un equipo como una catedral que camina con paso firma hacia Europa asombrando a propios y extraños con un fútbol que supera los parámetros habituales. Y lo mejor de todo es que no se le conoce límites, porque puestos a soñar en una noche mágica así, quién sabe hasta dónde puede llegar este equipo. De momento disfruten de un triunfo histórico y de un fin de semana abierto a las calculadoras y a las cábalas.
San Mamés es blanquiazul. Jugar en San Mamés nunca ha sido fácil, pero tampoco tan difícil como se ha querido vender. De hecho, para los realistas siempre ha sido un partido marcado en rojo en el calendario por el ambiente que se vive en las gradas. Como confesó Xabi Prieto el miércoles en estas páginas, prefieren jugar en un entorno así de hostil que en un campo como el de Getafe. Y anoche lo demostraron.
Fíjense hasta qué punto ha sido benévola La Catedral con la Real que se despide de ella habiendo puntuado en más de la mitad de sus visitas desde el ascenso de Puertollano, con nueve victorias y trece empates en 43 enfrentamientos. Hubo dos épocas doradas blanquiazules. La primera de 1979 a 1989, con cuatro victorias y cuatro empates, y la segunda en los noventa, con ocho partidos seguidos sin perder, dos de ellos triunfos. Sin embargo, el nuevo siglo se había mostrado más hostil, hasta el punto de que sólo una victoria y un empate figuraban en su haber en nueve derbis, aunque las dos últimas derrotas estuvieron condicionadas por la actuación arbitral, con aquel claro penalti no pitado de Muniain a Xabi Prieto hace dos años o el gol de Vela del pasado que Mateu Lahoz no vio cómo entraba. Estaba vez nada pudo evitar que ganara el mejor: la Real.
Undiano mantuvo el tipo. Tenía un cierto temor a la actuación de Undiano Mallenco, no se lo voy a ocultar. En Bilbao habían calentado el choque recordando que con el colegiado navarro sólo habían ganado cuatro de los 26 partidos que les había dirigido y que la Real se había beneficiado de las expulsiones de algún adversario durante ocho jornadas consecutivas, algo que calificó de «extraño» el propio presidente Urrutia aunque confesara no haber visto los partidos. Claro, que como la memoria es tan flaca, se corría un tupido velo sobre aquel penalti por mano de Aduriz que el propio Undiano, a instancia de Fermín el del banderín, se inventó. La papeleta del navarro no era nada fácil pero cumplió con el expediente, en parte porque no hubo jugada polémica a la que recurrir y uno de los dos equipos, la Real, fue muy superior.
La suplencia de Vela. Costó entender la suplencia de Carlos Vela. Nadie entiende que en un partido así, cargado de simbolismo para la afición y con tres puntos en la lucha por Europa más que importantes, el futbolista más desequilibrante se quede en el banquillo. Montanier apostó por plantear un encuentro más físico al principio, con Markel en el centro del campo junto a Illarramendi y Agirretxe en la delantera pegándose con los centrales rojiblancos para abrir espacios en la mediapunta a Chory y Griezmann. El usurbildarra, además, es una pieza importante en las jugadas de estrategia tan características de San Mamés, pero lo cierto es que antes del descanso el Athletic fue superior y mereció ir ganando al descanso, de no ser por su falta de puntería y el acierto de Bravo.
El Athletic mandó hasta el descanso. La Real realizó un primer periodo bastante flojo, en parte porque cayó en la trampa del cuadro rojiblanco, que planteó un juego muy físico con un fútbol vertical de ida y vuelta en el que, sin balón, los blanquiazules estuvieron ahogados. Dos fueron las armas locales: el despliegue y la movilidad en campo contrario de De Marcos, que trajo de cabeza al centro del campo blanquiazul, y las acciones de estrategia botadas por Ibai. Así estuvieron cerca de marcar Aduriz, en un cabezazo que se marchó rozando el poste, Laporte y San José -Bravo lo evitó con una gran parada- entre los minutos 15 y 22.
La Real estaba tan nerviosa y desconocida que era capaz de generar una ocasión para el rival en un saque de falta a favor, como en la acción en la que Markel puso el balón en juego de forma precipitada y a los pocos segundos Aduriz cruzaba fuera ante Bravo. A la media hora un centro de Aurtenetxe fue culminado de volea por Ibai, que contó con la colaboración de un despistado De la Bella en la marca. Aduriz pudo en la siguiente jugada hacer el segundo, pero la Real en un destello de calidad igualó la contienda al explotar la conexión entre Chory y Griezmann. Un nuevo tanto que tuvo su origen en una diagonal invertida.
Exhibición en la reanudación. En la segunda mitad sólo hubo un equipo en el campo: la Real. El Athletic se fue consumiendo conforme se le fue acabando la gasolina en ese fútbol directo que plantea y poco a poco empezó a dejar espacios atrás mientras los realistas afilaban el cuchillo. Con un Bravo mandón por arriba y por abajo, y una defensa bien asentada, era cuestión de tiempo que la Real enganchara alguna contra. Quizás lo sorprendente del caso fue cómo llegó el segundo tanto, en una falta bien botada por Chory que Raúl no acertó a neutralizar y de la que sacó petróleo un oportunista Agirretxe. Una vez más el Athletic pagó sus problemas en la portería.
Sin el empate había sido un jarro de agua fría para los locales, el segundo gol realista les hundió. Para colmo entraron Vela y Zurutuza, lo que acabó por entregar el balón a la Real. En una combinación entre ambos la cosa quedo resuelta, convirtiendo el cuarto de hora final en mera anécdota. 20 años después de ganar el último derbi de Atocha con aquel tanto de Alkiza, la Real despide San Mamés de la mejor manera posible: con triunfo y exhibición.
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