Bien está lo que bien acaba, aunque en el camino haya que sufrir tanto. La Real derrotó al Sporting con dos goles de Griezmann y un ataque de nervios. La mala racha se cortó y la permanencia queda al alcance de la mano. Con 38 puntos, la salvación es prácticamente un hecho. Sólo falta rematar la faena en las seis últimas jornadas de Liga.
El partido fue pésimo, plagado de imprecisiones y dudas. La Real pecó de inocente en muchas fases del encuentro y evidenció las carencias que le han llevado a esta situación. Hubo errores defensivos por doquier y el equipo necesitó un golpe de fortuna para desnivelar la balanza a su favor.
Con 1-1 en el marcador y el Sporting mejor posicionado sobre el césped, Griezmann recogió un balón en la frontal y su disparo, flojo y desatinado, rebotó en dos rivales antes de colarse en la portería de Juan Pablo, quien se había tirado hacia el otro lado. Un gol de carambola con un valor incalculable.
Eso debió de pensar Martín Lasarte en la banda. El técnico era consciente de que se jugaba el puesto y celebró el segundo tanto liberando toda la rabia contenida. En su trayectoria como futbolista y entrenador ha vivido unos cuantos momentos parecidos a éste y sólo él sabe el peso que se ha quitado de encima.
Tuvo que ser su pupilo más joven, el hijo pródigo llegado desde Macon, quien le sacó las castañas del fuego. El uruguayo ejerció el año pasado de padre adoptivo de Griezmann en su estreno en la élite y ayer el chaval le devolvió el gesto en forma de victoria. Una historia con final feliz.
A pesar del triunfo, la Real confirmó las sensaciones negativas de estos últimos meses. Los jugadores parecen fundidos, tanto física como mentalmente, y los recursos balompédicos de los que disponen son limitados. Cualquier equipo descubre pronto dónde le duele a la Real, pero a ella le cuesta una vida hacer lo propio. Por eso cada partido es una tortura para el aficionado, que desde su atalaya cree entender mejor que nadie cuáles son los problemas que aquejan a su querida Real.
Ayer las críticas se centraron en la posición de los dos centrales, cuestión resuelta al inicio del segundo acto con la entrada en acción de Mikel González en lugar del amonestado Labaka. Demidov pudo desplazarse a la derecha para aprovechar así su eficacia en la salida del balón, una virtud fundamental para un equipo cuyo único argumento ofensivo son los pelotazos de Bravo.
Ifrán, titular
Ifrán debutó como titular, relegando a Tamudo al banquillo. El punta de Cerro Chato ofreció soluciones novedosas en zona de tres cuartos, aunque su estatura le impidió disputar los balones aéreos en igualdad de condiciones.
Ante la ausencia de un referente claro que sujetara la pelota, la Real se vio abocada un domingo más a esperar que surgiera la inspiración de sus hombres más talentosos. No fue el día ni de Xabi Prieto ni de Zurutuza. El donostiarra al menos participó activamente en la jugada del 1-0 al servir de rosca a la cabeza de Griezmann. Lástima que su aportación se terminara ahí.
El Sporting aterrizaba en Anoeta en plena racha y con la moral por las nubes después de dar la campanada en el Santiago Bernabéu. Como muchos de los equipos que han desfilado por San Sebastián, los de Manuel Preciado no son nada del otro mundo, pero cuentan con el oficio necesario para poner en aprietos a su rival. Un golazo de De las Cuevas desde el borde del área les permitió mantenerse en el partido hasta el cuarto de hora final. Luego vendría el 2-1 y sus esperanzas de empatar se diluyeron en los guantes de Bravo.
Con todo, la Real tuvo que encomendarse a lo divino y lo humano para que los tres puntos se quedaran en casa. A todos los santos y a su público, metido en harina desde antes de las cinco de la tarde. Anoeta rugió como en las tardes de gloria del ascenso para acallar a los cerca de 3.000 sportinguistas que coloreaban las gradas de rojo.
Muchos llegarían a la conclusión de que no merece la pena disgustarse por un juego, pero cuando el tiro de Griezmann tocó las redes olvidaron los sinsabores y se abrazaron con su vecino de asiento. Entonces recordaron por qué insisten en volver al estadio una y otra vez, por qué se enfadan cuando su equipo pierde y lloran si baja de categoría. Y el sufrimiento de los anteriores noventa minutos recobró sentido.
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