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La desilusión no es mala

Illarramendi se retira con una sonrisa sarcástica de la zona del árbitro, con cuya actuación fue muy crítico.
Illarramendi se retira con una sonrisa sarcástica de la zona del árbitro, con cuya actuación fue muy crítico. / LUSA
  • Las semifinales son casi imposibles pero la emoción y el optimismo que genera esta Real son una victoria

La desilusión no es nada malo. Si hay desilusión es que ha habido ilusión, y nunca es demasiado temprano para disipar una ilusión». La Real está con un pie fuera de la Copa y podría pensarse que para este viaje no hacían falta tantas alforjas, pero Michel Houellebecq tenía razón cuando le dijo esa frase a 'Le Point'. Que el pueblo realista haya vivido subido a la cresta de la ola de la ilusión por la Copa durante más de un mes es un éxito en sí mismo, porque el fútbol vive de eso, de los sueños, de la emoción, del optimismo y, por supuesto, de la ilusión. Y las últimas semanas la Real ha conseguido arrastrar a los suyos y ha hecho creer que todo era posible, ha conseguido que la gente saliera del campo diciendo 'que pase el siguiente' con ese punto de inconsciencia tan necesario para acometer las grandes empresas. La Real ha jugado para ganar la Copa, nada menos. El mero hecho de que a mucha gente no le haya parecido una locura es una gran victoria.

Un examen

El Barcelona despertó al realismo del sueño. Fue una noche desagradable, ante un rival que ha hecho méritos de sobra para ganarse ese apelativo. Cada vez que uno juega contra el Barcelona parece que se somete a un examen. Es como si el equipo catalán fuera el guardián del canon del buen juego y como si el metro patrón estuviese depositado en su vestuario en lugar de en la Oficina de Pesos y Medidas de París. Tratar de discernir qué es jugar bien y qué no es una penosa obligación del cronista. El aficionado está libre de esa losa. Solo debe preocuparse de que su equipo gane, haga un partido decente de cuando en cuando, de que el entrenador no toque mucho la moral y ponga a los mejores. Cuando todo esto se junta, el resultado es un sentimiento muy cercano a la felicidad.

Al Barcelona le ha encantado dejar que la gente crea que ha sido el paradigma del buen fútbol los últimos años. Por eso ha terminado por ser tan desagradable enfrentarse a ellos. Llegó a ser obligatorio pensar que los partidos del Barcelona se podían exhibir en la Tate Modern de Londres, los del Madrid, en la feria de la construcción de Múnich, y los del resto se tiraban al vertedero.

Idea convencional

Ahora, el Barcelona ya no enseña a jugar a nadie. Su idea es convencional y juega como los demás pero con mejores futbolistas. Más o menos, lo que hace el Madrid, que nunca se preocupó por esas sutilezas. Un tipo como Florentino Pérez, que no solo conoce perfectamente el poder que da el dinero sino que parece que lo inventó él, llegó a decir algo tan brutal como que 'la filosofía del Real Madrid es ganar'. Y en esta eliminatoria de Copa, la Real ha sido víctima del sistema. Obligada a jugar en la peor fecha posible y con sesenta horas menos de descanso que el Barcelona. Todo eso terminó por ser decisivo.

El equipo blanquiazul intentó prolongar la condición de campo maldito de Anoeta para los culés, quiso hacer recordar a su rival las pesadillas recientes y empujó para que volviera a sentirse incómodo, para que diese un paso atrás y se refugiase en el partido de vuelta. Pero un Barcelona mucho más fresco encontró pronto el gol fatal.

Con todo perdido, en la segunda parte la Real jugó para la grada, para su gente. No se adivinaba ninguna posibilidad de remontar el partido, pero sí había ocasión de defender la grandeza de la camiseta y la Real lo hizo. Se desplegó, fue dinámica y tuvo esa clase de heroísmo inútil que sin embargo es imprescindible.

Los científicos del fútbol dirán que no sirvió de nada, que fue algo anecdótico. Un hombre en la grada sentenció: «A mí no me gusta el fútbol, a mí me gusta la Real». Imposible estar más de acuerdo con alguien. Con esta Real se puede ir al fin del mundo.

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